domingo, 29 de julio de 2007

COMPARTIR RESPONSABILIDADES.


Educar para la libertad fue la consigna de una educación antiautoritaria, imaginativa, postconciliar, que ha marcado los sistemas educativos de la 2da. mitad de este siglo. Se trataba de evitar rigideces inútiles, de hacer más atractivo y llevadero el proceso educativo, para docentes y alumnos. Pero se trataba ante todo de formar personas responsables, que no necesitaran siempre el agarradero de la norma escrita o el precepto moral, que aprendieran a pensar por sí mismas y a explicar por qué actuaban como actuaban.

La autonomía y la responsabilidad moral consisten en la capacidad de cada cual de responder a situaciones conflictivas, tomando como criterio sus creencias éticas.
Esa capacidad es la que nos hace responsables de las acciones o las omisiones, pues todo individuo tiene que responder, ante sí mismo y ante otros, de lo que hace mal o de lo que podría hacer y no hace.
La responsabilidad individual tiene distintas dimensiones: de la responsabilidad por lo privado a la responsabilidad pública. Los distintos roles que confluyen en una persona le obligan a asumir obligaciones que puede desempeñar bien o mal. Una madre de familia atiende a sus hijos y al mismo tiempo a sus deberes profesionales y a sus obligaciones de ciudadana.

El sentido de corresponsabilidad nos involucra a todos, para ayudar a la transformación social ante los males sociales y la presencia vacilante e insuficiente de los derechos humanos en la sociedad. Un ejemplo: en las escuelas para todos por definición, la igualdad de oportunidades es un ideal que se cumple muy insuficientemente.

Todos los niños están escolarizados, pero las desigualdades, por diferencias económicas, deficiencias físicas, diversidad cultural, persisten y discriminan. Los responsables y gestores de la educación no pueden acabar con todas las desigualdades: ni está en su mano hacerlo ni es su competencia. Pero pueden tomar medidas de distinto tipo, desde apoyar a los alumnos con necesidades educativas especiales. exigiendo el apoyo institucional y social para ello, hasta promover actitudes que sensibilicen hacia la solidaridad y el respeto mutuo. Ni las instituciones ni los individuos son capaces, por sí solos, de erradicar las injusticias. En la escuela, los alumnos aprenden a convivir, a relacionarse con iguales y superiores, a tratar con la autoridad, a respetar a compañeros de distintas procedencias, a repartir y renunciar a cosas, a aceptar los fracasos, y cantidad de otras cosas que forman lo que puede seguirse llamando “el carácter” de una persona. Educar es una responsabilidad pública, que es lo mismo que decir responsabilidad compartida.


El educador debe dar a conocer, con afecto y amor, el mundo que a su juicio debe ser conservado; enseñar a distinguir entre lo valioso y lo desechable, sin miedos ni dogmatismos. Educar tiene que ver con una inversión general, con una sabiduría teórica y práctica, con un enseñar a vivir desde un punto de vista no sólo técnico, sino humano. La responsabilidad ética es la capacidad de responder a los valores que queremos preservar. Poder responder de ellos significa empeñarse en introducirlos en nuestro mundo.

LA LIBERTAD Y SUS LIMITES


Educar significa “conducir”, “dirigir” . Mientras alguien sea conducido a alguna parte, difícilmente podremos decir que actúa libremente. La educación se ejerce especialmente sobre la niñez y adolescencia, cuando la persona aún no está formada y es más manipulable. Es un ejercicio que, sin duda, reprime, coacciona y domina. Pese a lo cual, la nueva escuela convirtió en uno de sus estandartes más celebrados el lema “educar en la libertad”.
Educar persuasivamente, sin castigos ni disciplinas, buscando más la comprensión del niño o la niña que su sumisión ciega.
Educar respetando las diferencias de cada uno, su carácter, sus propensiones y debilidades, respetando la pluralidad de opiniones y maneras de ser. La libertad exige una educación a propósito; porque ser libre no es fácil, hay que aprender a serlo. Aprender, y por lo tanto, enseñar, a distinguir el para qué de la libertad, el hasta dónde de la libertad; el sentido de la libertad. Se entiende que el proceso hasta el reconocimiento de la libertad haya sido lento.
También lo es la evolución psicológica del niño que tarda años en sentirse y saberse separado del entorno, con voluntad propia y capaz de decidir y elegir por sí mismo.
Libertad significa poder optar, preferir, elegir, no tener una senda previamente marcada
Los límites de la libertad son de dos tipos. Unos vienen de afuera, son los que intentan coartar nuestra libertad negativa o positiva, en forma de leyes, reglas, códigos. Los otros la coartan en la forma más velada de ideas, doctrinas, dogmas. La primera limitación debería surgir de reconocer que un cierto uso de la libertad puede producir mayores daños que bienes. Puesto que vivimos en comunidad, hay que procurar que la convivencia sea pacífica, que el bienestar esté repartido, que el daño sea mínimo. En 2do. Lugar, la sociedad, el marcado, el consumo, la publicidad, la televisión, tienden redes invisibles que nos enjaulan sin que lo notemos. Desarrollar la creatividad, la capacidad de ser original, la conciencia crítica, debería ser la máxima finalidad educativa. Eso es lo que quiso la escuela nueva con su educar en libertad. ¿Cómo hacerlo? No hay fórmulas que funcionen.

3. IGUALES PERO DIFERENTES



El Estado de bienestar. Las teorías políticas entienden la igualdad fundamentalmente como igualdad de oportunidades. Al Estado corresponde, porque solo un poder central puede hacerlo, redistribuir los bienes básicos - materiales y espirituales - de forma que las posibilidades de intervenir y participar en la toma de decisiones sea una posibilidad real para todos. No se trata de distribuir dinero ni riquezas, sino de atender a las necesidades básicas de todos, repartiendo con equidad los bienes que satisfacen esas necesidades: educación, salud, trabajo, prestaciones por jubilación o desempleo.

El derecho al trabajo, a un salario digno, a la educación y la cultura, a un nivel de vida adecuado, a la protección de la salud, constituyen una especificación más concreta del derecho general y abstracto a la igualdad.



El feminismo. Los derechos de la mujer debieron ser reconocidos como derechos específicos, puesto que su teórica inclusión en los “derechos del hombre y del ciudadano” no significaba ningún reconocimiento - ni siquiera jurídico - de una real igualdad de oportunidades. El movimiento feminista ha conseguido, en el mundo occidental, la igualación legal de ambos sexos. A fines del S. XX puede decirse que no existen barreras expresas que impidan la formación de la mujer para trabajos de responsabilidad y para tomar parte en las decisiones más trascendentales.


Este Estado debe agradecer a las mujeres que hayan mantenido parte de su dedicación privada - a los niños, los enfermos, los ancianos, la familia -un trabajo tan importante como poco reconocido.

El olvido puro y simple de que todos formamos parte de una misma humanidad. Afirmar la igualdad no ha de suponer despreciar o desatender las diferencias.

Estamos viviendo una especie de explosión de la necesidad de tener identidades claras.


La experiencia educativa enseña que la igualdad de oportunidades sigue siendo un mito. No basta la escolarización pública y obligatoria, no basta la coeducación ni la educación integrada para que se dé automáticamente la igualdad de oportunidades.


. Pero no lo es ante otras discriminaciones. El respeto al otro y a la otra, al negro y al blanco, al pobre y al rico, al minusválido y al seropositivo, como al que cumple con “la normalidad” - terrible palabra que ordena nuestras sociedades - , es también un hábito que se adquiere, como todos los hábitos, por la repetición de actos, por la insistencia en comportamientos dirigidos a desterrar cualquier forma de separación del diferente por el simple hecho de ser distinto.

La escuela y los centros educativos, con la familia, son los espacios idóneos para la formación de tales hábitos.

EL PROYECTO DE VIVIR

1. EL PROYECTO DE VIVIR.

El significado más evidente del derecho a la vida es el derecho de cada uno a no verse privado de la vida por la voluntad arbitraria de otros o de los poderes establecidos. La vida humana tiene una dignidad especial, que obliga a considerar a cada individuo como “un fin en sí mismo” y no sólo como un objeto susceptible de manipulación por otros.

La igualdad y la libertad son, así, los dos derechos supuestos por un derecho a la vida no entendido como el simple hecho de seguir viviendo.



El individuo es un ser fundamentalmente libre, con derecho a elegir su propia vida. Al definir la persona como libertad, la deja en la imprecisión más absoluta. Lo único cierto e irrevocable es la muerte. Todo lo demás podría ser de otra manera. Y de nadie sino de nosotros depende que así sea. Ni siquiera es posible fijar cuáles son las necesidades fundamentales de la vida humana, puesto que también las necesidades crecen, cambian y se sofistican: lo que fue superfluo, deja de serlo, y lo accesorio se convierte en esencial.


La vida humana debería consistir más en ser que en tener. Que hace falta tener para poder ser alguien es indiscutible, pero solo tener no da categoría humana.

sábado, 28 de julio de 2007

LOS VALORES DENTRO DE LA EDUCACION

La educación y los valores
Si la educación ha de proponerse no sólo la instrucción sino la formación de las personas, es urgente que incorpore explícitamente los valores éticos que hoy juzgamos básicos y fundamentales.





1. EDUCACION EN VALORES.

Educar es formar el carácter, en el sentido más extenso y total del término: para que se cumpla un proceso de socialización imprescindible, para promover un mundo más civilizado, crítico con los defectos del presente y comprometido con el proceso moral de las estructuras y actitudes sociales.
¿Con qué valores debe comprometerse la educación, para formar el carácter más auténticamente humano? ¿Podemos hablar de un sistema de valores universales, consensuables internacionalmente? ¿Cuáles son? ¿Son enseñables?

Hay que reconocer que los que viven bien se acuerdan poco de los que sufren: el bienestar material no genera una espontánea solidaridad con los pobres. Hay quienes dicen que estamos ante una vuelta de los valores “postmaterialistas”, fruto del cansancio producido por la satisfacción material.


No tenemos un modelo de persona ideal, ni de sociedad, ni un solo modelo de escuela, porque nuestro mundo es plural y aplaudimos la convivencia de las diferencias.
Los valores básicos son abstractos y formales, pero no tanto que no podamos tomarlos como criterios y pautas de conducta. Es inadmisible,

La ética se funda en la historia y los valores fundamentales deben serlo en cualquier parte y en cualquier cultura.
Que tengamos valores universales no significa que no queden todavía muchas zonas dudosas donde el consenso es complicado.

¿Cómo se enseñan los valores éticos? ¿La ética se puede enseñar? ¿Vale la pena enseñarla? ¿Cómo se enseña teniendo en cuenta que no se trata de dar respuestas claras a problemas concretos, sino más bien de sembrar incertidumbres, de formar para la crítica, de enseñar a las personas a decidir por su cuenta, con autonomía?
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El primer paso es tomar conciencia de los conflictos - intrínsecos a la institución o a sus circunstancias - producidos por situaciones poco satisfactorias, y enfrentarse a ellos con respuestas colectivas y consensuadas.

La educación en valores éticos es tarea de todos los que actúan de un modo u otro, sobre los educandos. La sociedad somos todos, y es de todos la responsabilidad de mejorarla, mejorando los comportamientos de sus miembros. La enseñanza de la ética es un tema de corresponsabilidad, de actuar en concordancia. Sin embargo, los espacios más propios de la educación son la familia y la escuela. Son ambas instancias las que deben hacerse cargo mayormente de lo que transmiten a niños y jóvenes.
Vale la pena asumir concientemente la transmisón a nuestros hijos y alumnos de aquellos aspectos de nuestro mundo que quisiéramos conservar.
Por críticos que seamos con todo, algo querremos mantener o no perder. El afecto hacia lo más humano de nuestro mundo y la explicitación de ese afecto, nos hará convincentes.
Vale la pena enseñar dichos valores aunque no sean rentables económicamente o incluso socialmente, ya que son valores imprescindibles para llevar adelante tanto la democracia como la autonomía individual.
La libertad, la igualdad, la vida y la paz nos obligan a todos a ser más justos, más solidarios, más tolerantes y más responsables. Sólo con esos objetivos en el horizonte es posible formar individuos que no renuncien a ninguna de sus dos dimensiones: la social y la individual.